Parte dos de la derrota de los romanos frente a los samnitas en las Horcas. Y tambien, un homenaje a aquellos primeros gladiadores de Roma.
[spreaker type=player resource=”episode_id=13562474″ width=”90%” height=”80px” theme=”dark” playlist=”false” playlist-continuous=”false” autoplay=”false” live-autoplay=”false” chapters-image=”true” episode-image-position=”left” hide-logo=”true” hide-likes=”true” hide-comments=”true” hide-sharing=”true” hide-download=”true”]
Transcripción Parcial
Hola, les habla Abel, desde Pekín, China. Bienvenidos a mi podcast.
El Cuento de Roma, Episodio 38 — Los Primeros Gladiadores.
Si el tema del episodio pasado fue clausura, el tema de este episodio es la vergüenza.
Así es. El episodio pasado tuvimos la clausura de las guerras latinas, la vida de Decio Mus, pueblos varios en Italia, y en nuestra saga familiar, la muerte de Marco el Gladiador, Marcia, y Aeliana.
En este episodio, el tema es vergüenza y humillación, y ya veremos por qué.
En Roma, primero llegaron noticias de que el ejército romano había sido atrapado en las Horcas Caudinas.
No sabiendo aun los detalles de lo que pasó, el Senado romano inmediatamente comenzó a llamar a gente para formar un ejército nuevo, creyendo que enviando a más tropas se resolvería la situación.
Pero, menos de una semana más tarde llegaron noticias nuevas a Roma, y la ciudad entera sintió la humillación del evento.
Las legiones romanas se habían rendido a Cayo Poncio, y estaban de regreso a la ciudad.
Como pudo suceder eso es lo que vamos a ver ahora, pero basta decir que las tropas romanas sintieron tanta vergüenza por haberse tenido que rendir, que nadie habló por los tres días de marcha entera, entre las Horcas Caudinas y Roma.
Y en Roma, el pueblo sintió tanta vergüenza que ocasiones festivas tales como matrimonios fueron declarados prohibidos por un año entero. En el Senado romano, los senadores y demás magistrados se negaron a vestir sus coloridas togas de franjas púrpura y en vez de eso, iban al senado vestidos con las túnicas más comunes que poseían.
[…]
Entonces, Cayo Poncio les leyó las condiciones, a saber:
UNO — Todos los romanos entregarían todas sus armas, escudos, yelmos, sandalias, y demás pertenencias a los Samnitas. Solo se podían quedar con un articulo de ropa.
DOS — Todos los romanos pasarían bajo un yugo construido con tres lanzas o jabalinas romanas, dos de ellas clavadas en la tierra, y la tercera unida a las dos, actuando como un arco. Ese arco sería tan bajo, que hasta los romanos de baja estatura tendrían que inclinarse hacia adelante para poder pasar bajo el yugo, en una vergonzosa posición de rendición.
TRES — Todos los romanos tendrían sus manos atadas detrás de sus espaldas, y permanecerían maniatados hasta que los Samnitas los dejen ir, una vez que las demás estipulaciones se hayan cumplido de manera satisfactoria.
CUATRO — Los romanos jurarían en el nombre de sus dioses que abandonarán todo tipo de ataques directos al pueblo de los Samnitas por un periodo de cinco años, bajo perjurio divino si ese juramento fuese quebrado.
CINCO — Los 600 oficiales ecuestres se quedarían como rehenes con los Samnitas.
[…]