Episodio 49 – Manio Curio Dentato

La vida y muerte de Manio Curio Dentato, un plebeyo que resolvió el problema de los samnitas, de Pirro de Epiro, y de los Lucanos y Brutios, allá en el sur de Italia.


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Transcripción Parcial

Hola, les habla Abel, desde Pekín, China. Bienvenidos a mi podcast.

El Cuento de Roma, Episodio 49 — Manio Curio Dentato.

No es fácil blandir un arma, mirar al enemigo a pulgadas de distancia, moverse de un lado a otro, esquivar su arma, y ver sus músculos contraerse, cuando tu espada finalmente logra entrar en el cuerpo del otro.

No es fácil ir a una batalla, enfrentarse a enemigos en una batalla, matar a otros seres humanos en una batalla, y luego vencer — o perder la batalla.

Y — en el caso de una victoria, luego volver a Roma, y continuar con una vida cotidiana, con la familia y los niños en la casa — como si nunca, nada hubiese pasado.

Es difícil — y más aun, la primera vez.

Y ahora necesito desviar la atención de mis oyentes de la batalla o de la vuelta a casa, y quiero que se pongan a pensar en los momentos después de la batalla, y antes de la vuelta a Roma.

Porque esto — obviamente, no es un juego de video, que se apaga apretando un botón, simplemente porque nos llaman a comer, o porque la pizza llegó, y están tocando el timbre.

Qué hacían esos legionarios entre nuestros dos puntos — la batalla, y la reanudación de sus vidas normales?

Pues, creo yo, que — más que nada, trataban de borrar la batalla de su mente, para así poder continuar esa vida cotidiana — en casa.

Y para eso, hacían falta estímulos — tales como alcohol, mujeres, juegos, y mas peleas.

Y cuando esos estímulos se nos van de la mano, cosas nefastas suceden.

Según fuentes no confirmadas, soldados romanos robaron, pillaron, e hicieron lo suyo en la ciudad de Aquilonia, después de que Espurio Carvilio Máximo les dió soltó las riendas a sus legionarios.

Muchas viudas de Aquilonia y aldeas vecinas a Aquilonia, no solo tuvieron que enfrentarse a la realidad de que ahora eran viudas, sino que — encima de eso, unos brutos y malolientes legionarios venían por ellas.

Sin siquiera un baño, y como buitres salvajes, esos guerreros no veían otra forma de sacarse de encima la furia, la memoria, y la adrenalina de los acababan de hacer.

Sobrevivir una batalla.

Al fin y al cabo, esto es lo que nos separa de animales — quienes pelean, cazan, o se enfrentan, por el instinto de la naturaleza, la necesidad de procrear, o simplemente hambre.

Y cuando — en nuestra saga familiar, nuestros muchachos se vieron con esa parte de la guerra, por supuesto que cayeron en la dulce trampa, que les fue ofrecida.

Hasta Espurio Atio, ya un veterano de la Batalla del Sentino — y no llevando una vida muy feliz con la hija de los Furnios, decidió que era hora de bailar — bailar entre comillas, y se fue al enjambre.

Prostíbulos y casa comunes, escuelas y negocios, nada estaba fuera de lo permitido, y creo que los únicos dos lugares donde las mujeres de Aquilonia se podían sentir un poco mas seguras, era en templos y túneles secretos.

Pero… con tanta fiesta, a los muchachos no les fue bien.

Y cuando los muchachos volvieron a Roma, con todo lo que trajeron — y contrajeron, de Aquilonia, les fue peor aun.

[…]

 

Episodio 43 – La Vía Apia – Segunda Parte

La segunda parte de la Vía Apia. Con detalles como los romanos hallaban aguas subterráneas, y las herramientas que utilizaban.


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Transcripción Parcial

Hola, les habla Abel, desde Pekín, China. Bienvenidos a mi podcast.

El Cuento de Roma, Episodio 43 — La Vía Apia – Segunda Parte.

— “Un paso más a tu izquierda!”

El muchacho, a 23 pasos y medio del agrimensor, no oyó la orden, y por lo tanto, no se movió.

— “A la izquierda, te he dicho,” gritó el agrimensor.

El muchacho, ahora asustado, se movió a la izquierda. El pobre aprendiz no podía oír ni una sola palabra, con el viento del mar Tirreno, soplando en la dirección del viejo enojado.

— “Un solo paso, te dije,” volvió a gritar el topógrafo romano. “Que stulte, ese muchacho,” pensó el viejo.

Stulte era la palabra que los romanos usaban cuando estaban verdaderamente enfadados por la incapacidad o estupidez de algún aprendiz, o un estudiante un tanto “lento.”

Traducido al castellano, “stulte” equivale a algo así como “idiota.”

Cuando el muchacho se trató se poner en el lugar correcto, pisó una piedra y en un movimiento que solo duró un segundo, la groma, más alta que el muchacho mismo, se cayó de entre sus brazos, y se fue al piso.

El brazo de soporte de la groma se quebró, y hasta el mismo mástil, el centro del instrumento, con su punta de hierro aguda, se torció en la tierra hacia un lado.

La groma, así, ya no servía para nada.

Entre maestro y aprendiz, habían logrado poner dos gromas en su lugar, y faltaban dos más.

El cuadrado que formarían con las lineas de las gromas, serian el mas básico de los quehaceres de un aparejador romano.

Asi es.

Nada era mas simple que crear el plano para una ruta, o un campo militar romano, o — en este caso, un campo donde en menos de un mes, mil obreros — esclavos, libertos y artesanos libres, trabajarían sin parar.

Establecer un cuadrado de lineas perfectamente rectas, y con ángulos en 90 grados, con nada mas que herramientas como palas, cierras, martillos, cinceles, clavos, divisores, cuadrados, y un nivel que se parecía a un banquillo de cuatro a siete pies — un tanto rudimentario, llamado el chorobate, todo eso era el deber de un agrimensor romano.

Tornillos no se habían inventado aun en Roma.

Y tampoco había brújulas, o carretillas para llevar toneladas y toneladas de tierra y rocas de un lugar a otro.

Mientras en China antigua, la brújula fue inventada alrededor de este mismo tiempo; la carretilla fue dibujada en los edificios funerarios de un gobernante de la dinastía de los Han, en el año 118 AC.

Increíblemente, la carretilla común no aparece en Europa hasta el siglo diez, ya en la Edad Media.

Bueno — sí existen teorías de que en Constantinopla sí se usaba un forma de carretilla con una sola rueda alrededor del siglo tres de nuestra era, pero hasta el día de hoy, no existen pruebas de esto.

Pero, volviendo a nuestro muchacho y al agrimensor, el día de trabajo entero — y esa groma, con su base torcida, estaban completamente perdidos.

El muchacho que acababa de romper la groma era el nieto de Falvio, aquel Falvio que haba elegido vivir en Tusculum, después de haber visitado Roma por primera vez a la edad de quince años, en los tiempos cuando Lucio y Aeliana aun estaban vivos.

Ese nieto, llamado Hanno, fue llamado así, en honor a un tío suyo, pero el nombre siempre le causaba ser ridiculizado en la sociedad super-romanizada de Tusculum, porque era obviamente un nombre de origen fenicio.

El joven Hanno no quería estar en Italia, y mas de una vez, le pidió a su padre que fuesen a Cartago, donde su tío vivía.

Ese tío recientemente volvió de Italia a Cartago, y comenzó un negocio de excavación y producción de alquitrán — tambien conocido como brea egipcia, la cual, él vendía con mucho éxito, a todas las colonias a lo largo de la costa de Africa del Norte, y hasta en algunas de las colonias, en lo que hoy conocemos como España.

En la mente de Hanno, en Cartago, la vida valía la pena ser vivida.

Tal vez en Roma la vida era mejor, pero aquí en Tusculum, los días se mezclaban entre sí, en una aburrida secuencia de memorias — todas de color gris.

Y eso era verdad.

Al contrario de Roma, ciudades como Tusculum no florecían.

Menos trabajo, menos oportunidades, y menos gente vivía en Tusculum que cien años antes.

Lentamente, la ciudad caía en un manto de desuso, desinterés, y desdicha.

Ya no existían poderosos senadores como el viejo Anio, que pudiesen impresionar al Senado de Roma, y si no hubiese sido por los puestos de trabajo, que el censor Apio Claudio creó con la Vía Apia, la situación sería peor aun.

[…]