Los Senones atacan Roma, y saquean la ciudad eterna, mientras Marco Furio Camilo se encuentra en su exilio.
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Transcripción Parcial
Hola, les habla Abel desde Pekín, China. Bienvenidos a mi podcast.
El Cuento de Roma, Episodio 25 — Aquí Vienen los Galos.
La semana pasada vimos como Marco Furio Camilo fue exiliado de Roma, después de haber conquistado Veyes, y después de haber duplicado el territorio de Roma.
En cuanto a Veyes, la ciudad se convirtió en una ciudad fantasma. Los campesinos alrededor de Veyes—quienes inicialmente no fueron molestados por Roma, rápidamente fueron absorbidos por unos pocos senadores patricios.
De hecho, la mayor parte de las tierras nuevas de Roma cayó en manos de un grupo pequeño de Patricios, y Roma se sentía en la cima de su gloria.
Pero como sabemos, cuanto más alto uno vuela, más fuerte uno cae, y ésta no fue una excepción a la regla.
Pero bueno, no nos adelantemos a los hechos y veamos primero como le va a Lucio, después de la muerte de su padre, y después de haber recibido aquel mensaje doble, desde Cartago.
Cuando Lucio abrió el pergamino del senador Papirio, no pudo entender el mensaje. El mensaje mismo provenía de Cartago, pues estaba envuelto y unido al mensaje de Marcia, pero el contenido hablaba de una grave advertencia para Roma, y de una coalición entre dos pueblos cuyos nombres Lucio jamás había oído. Inseguro de cómo proceder, Lucio decidió darse tiempo, y pensar con calma.
Si Marco Furio Camilo no estuviese en exilio, Lucio ya sabría lo que haría, pero ahora se sentía confundido.
Mientras Lucio estaba perdido en esos pensamientos, Aeliana apareció por el marco de la puerta. Ella entendió inmediatamente lo que sucedía, y sin siquiera detenerse en sus tareas de esclava, le dijo de una manera un tanto casual.
“Tu Padre jamás hubiese buscado ayuda de Patricios, aun si ese recado fuese de una situación de vida o muerte para Roma entera.”
“Yo no soy como mi padre,” respondió Lucio, inmediatamente dándose cuenta que había puesto el pie en la trampa. Pero Aeliana tenía razón. Había que buscar ayuda, y había que hacerlo ya, o ese pergamino podía ser la causa de algo verdaderamente siniestro.
Y lo peor era que Lució ni siquiera entendía por qué Marcia, o ese senador llamado Papirio, le enviaban algo así a él, un simple contratista de escudos, cinturones y accesorios para catapultas.
Pero lo que Lucio si entendió era que Aeliana, esa muchacha que ahora era su esclava, no era una esclava, antes del día en el que él la había encontrado, atrapada en una casa en llamas.
De hecho, Lucio hubiese deseado tener el coraje de consultar con ella acerca de asuntos así, pues ella aparentaba saber mucho.
[…]